Un Código Moral para Unir a Toda la Humanidad

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Nos encontramos ahora en un punto de inflexión en la historia. Los cambios han barrido el mundo como la disolución de los regímenes represivos han dado paso a un clima de aumento de la conciencia moral. Por tanto, es un momento adecuado para reflexionar sobre la dinámica de estos cambios y con ello elaborar estímulo y orientación que pueda afectar plenamente a la humanidad. Al explicar el propósito de la creación, nuestros sabios dicen que D-s, la esencia de todo lo bueno, Creó el mundo como resultado de Su deseo de hacer el bien. Como se dice en el Tehilim 145.9: «HaShem es bueno con todos y Su compasión está sobre todas Sus criaturas”. Porque así, como es la naturaleza del bien hacer el bien a los demás, la creación del universo fue un expresión Divina de la bondad de nuestro Creador. De esta manera, el universo y toda la vida son los destinatarios y objetos de la bondad Divina.

Por lo tanto, todo lo que ocurre en el mundo, incluso lo aparente no bueno, como los desastres naturales, en última instancia, tienen un enorme bien oculto. Del mismo modo, la inclinación negativa dentro de los seres humanos, que básicamente desea hacer lo no bueno, no es más que un «mecanismo» que diseño D-s, para establecer la libre elección. Para que querría D-s crear un mundo que es total y exclusivamente bueno, sin ningún esfuerzo por parte de la humanidad, habría poca o ninguna apreciación de la bondad del Creador. A la luz de esto, es importante darse cuenta de que en la lucha del individuo con el mal, ya sea en el mundo en general o dentro de uno mismo; el enfoque no debe ser de confrontación. Más bien, se debe uno enfocar en lo que es bueno en las personas y en el mundo, y a medida que seamos capaces de apreciar el bien, el mal será sustituido por el bien, hasta que desaparezca con el tiempo.

Aunque D-s creó el mundo dando a las personas la libre elección; sin embargo, Él nos ha dado las herramientas y la guía que necesitamos para animarnos a escoger lo bueno: para ello nos dió un código de moral Divino, uno que es anterior a todos los códigos humanos, y el único que tiene aplicación atemporal y universal, para generar una civilización moral. Este código Divino, conocido como las Siete Leyes de Noaj, establece una definición objetiva de «bueno», uno que se aplica a todas las personas. Porque así como la historia reciente ha demostrado, una moral que se basa en las ideas humanas del bien, es relativa, subjetiva y esencialmente no persuasiva. Además, como es muy claro para los educadores y los agentes de la ley, ni la intimidación, ni la amenaza de castigo puede fomentar un profundo sentido de obligación moral. Esto sólo puede venir del conocimiento, a través de la educación, que es un «ojo que ve y un oído que escucha», y de lo cual todos somos responsables.

El Código de Noaj de las siete leyes Divinas básicas, fue dado a Noaj y a sus hijos después del diluvio. Estas leyes asegurarían a Noaj y a sus hijos, los antepasados de la nueva raza humana, que la humanidad no se debería degenerar en una selva de nuevo. Las leyes que ordenan la creación de tribunales de justicia y prohíben la idolatría, la blasfemia, el homicidio, el incesto, el robo, y comer el miembro de un animal vivo (la crueldad con los animales), son la base de toda moralidad. Y se extienden, a las leyes derivadas de éstas, en todos los aspectos de la conducta moral.

Una tarea en particular es educar y fomentar la observancia de las Siete Leyes entre todas las personas. La tolerancia religiosa de hoy, y la tendencia hacia una mayor libertad, nos da la oportunidad única para mejorar la observancia generalizada de estas leyes. Porque por el cumplimiento de estas leyes, que son en sí mismas un expresión de la bondad Divina, ya que a través de estas, toda la humanidad es unida y obligada, a través de una responsabilidad moral común a nuestro Creador. Esta unidad promueve la paz y la armonía entre todos los pueblos, logrando con ello el bien último. Como el salmista dijo: «Qué bueno y qué agradable es que los hermanos moren juntos en unidad”.

 Fuente: Por el Rebe de Lubavitch, Rabí Menajem Mendel Schneerson. 1990. Citado en su totalidad como impreso en Lubavitch Internacional, Vol. 2, No. 1 (verano 1990), p. 3.